NOTAS CARTOGRÁFICAS DE SERVICIO PÚBLICO

miércoles, febrero 27, 2008

Del retorno


Anoche regresaba a casa. Por razones de trabajo había estado en el misérrimo sector 12 de Diciembre, del asentamiento Micaela Bastidas, en el distrito de Villa María del Triunfo y sentí súbitamente esa sensación de retorno que siempre he tenido luego de estar en un lugar que experimento como distinto.

La otredad radical que sentí regresando de selvas y ríos en la zona de Laberinto (Madre de Dios), de la ardiente plaza de cemento de San Martin de Pangoa, de los escombros de Tambo de Mora, de una chingana gélida y maloliente en Yauri-Espinar, de los caminos secos y siniestros de Victor Fajardo: el alivio por no vivir ahí ni así, el alivio porque el azar biológico y sociológico me colocó en otro lugar. Es cierto: no vivo en otro mundo ni en un país distinto. Pero uno no deja de sentir el alivio de que, a pesar de las estrecheces, no estamos tan mal.

Retornar del fuego, del ruido, de la miseria, de la abyección. Retornar con el asombro de que en condiciones tan duras todavía hay vida y esperanza como una velita en la unánime noche. Retornar con los huesos puestos a la mala, acaso con las peores canciones de moda tronando sobre mis oídos, acaso escuchando el mismo discurso mentiroso de huérfano recién salido de la cárcel, mientras se ve al fondo como muere el día (sí, cada 24 horas muere un día) dejándonos sólo la posibilidad de retornar.

Pero, ¿retornar a qué? ¿A la ducha, a la cama con cobija, a la vida electrodoméstica, a la sonrisa amorosa? Habrán respuestas de cada cual según su capacidad y a cada cual según su necesidad. Pero mejor lo dejamos ahí.

Pero hay algo de lo que no tengo dudas: francamente, el Perú NO es un paraíso, Gastón.

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