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Ilustración del Presidente Scheber |
Hubiera querido asistir al evento
que desembocó en el ya bastante comentado affaire Portocarrero – Crespo. Mis
responsabilidades familiares me lo impidieron, pero pude ver el match en You
Tube, como para que nadie me la cuente. Los hechos son
bastante conocidos y no
me gastaré contándolos.
Al señor Alfredo Crespo no lo
conozco, pero sí conocí mucha gente que piensa como él. Muy dueños de la verdad
e invulnerables al menor asomo de duda. Es que dudar es de neuróticos, como yo
o como el amable lector. En cambio, la certeza es de los dioses y sus amigos,
como el Presidente Schreber.
Al señor Gonzalo Portocarrero lo
conozco más. Entre los años 2003 y 2004 participé en el Taller de Mentalidades
Populares TEMPO, que él dirigía. Nunca llegamos a ser amigos, pero me pareció un
académico serio y con la sana costumbre de poner contraargumentos a sus propias
hipótesis. Su énfasis en los factores psicodinámicos de los hechos sociales le ha
merecido la desconfianza de muchos de sus colegas sociólogos, pero le ha
granjeado simpatías entre psicoanalistas, psicólogos y otros profesionales. Y
es que cada elección, incluyendo las teóricas, tiene costos. No necesariamente
costos dramáticos, pero sí deja marcas en las relaciones sociales.
No he leído el libro, pero por
los comentarios que he leído, Portocarrero insiste en plantear la realidad
psíquica como factor causal del inicio de la lucha armada maoísta. Creo que
ello no debe ser leído como
reduccionismo necesariamente, salvo que el autor diga expresamente que lo
psicológico es EL factor determinante. Iluminar un aspecto determinado de un
hecho puede ayudar a hacer más compleja la comprensión de ese hecho, salvo –
repito – que el autor negara otras explicaciones o interpretaciones. Por eso me
parece, por lo menos, apresurado acusar a Portocarrero de reduccionista. En todo
caso, reduccionista también es ver en los sujetos de carne y hueso meras estructuras
sociales o relaciones sociales sin biografía.
Pero en fin, estas reflexiones
epistemológicas seguro serían denunciadas como sofisticaciones idealistas
propias de un pequeño burgués sentimental y lacayo del imperialismo y la CIA. Por
último, quien adhiere el Pensamiento Gonzalo no le interesan esos matices.
En el mundo de las pandillas
juveniles, el líder batutea a su
grupo cuando van a hacerle la cagada
al grupo rival. Hoy, como ejemplo de la lumpenización de las relaciones
sociales, Crespo va a todas partes con su barra brava, dispuesto siempre a
boicotear eventos que ellos no organizan, metiendo miedo, queriendo que la
gente se autocensure. Como ayer, como siempre.
Sin embargo, me parece que el
punto central de Crespo (su nodo más totalitario) es cuando se irroga la
facultad de dictaminar que Portocarrero NO DEBE usar un "enfoque
psicologicista". ¿Quién dice cómo DEBE analizarse y cómo NO DEBE
analizarse un hecho humano? Cuando alguien asume esa posición, está a un paso
de dictaminar quièn tiene derecho a hablar y quién no, qué se debate y qué no
se debate, qué se pude pensar y qué no se puede pensar.
No sólo hay una diferencia objetiva
entre lo que dice (o puede decir) Crespo con lo que dice Portocarrero, sino que
cada uno tiene una percepción diferente sobre esa diferencia. Ahora, en honor a
la verdad, ¿los del Movadef son los únicos que hacen eso?
Pero regresemos al cargo de “psicologismo”
que se levanta contra el ciudadano Portocarrero. Hay toda una línea de
investigación en la psicología social europea (desde Moscovici) que estudia los
modos en las mayorías reaccionan frente a las minorías activas y una de las
respuestas más usadas es la psicologización.
Los miembros de la minoría son presentados en términos de anormalidad o
deficiencia mental. La psicologización,
en efecto, es uno de los modos más efectivos por los que se puede contrarrestar
la influencia directa o indirecta de una minoría. Es, por tanto, una
herramienta política del status quo.
La pregunta es: ¿es el ciudadano
Portocarrero un elemento contrarrevolucionario por hablar algo sobre la
realidad psíquica de quienes iniciaron su lucha armada en 1980? ¿es culpable de
los cargos de “lacayo del imperialismo” por acudir a fuentes psicoanalíticas para
comprender algo de las subjetividades puestas en juego durante el conflicto armado
interno? Me parece obvio que Crespo y compañía saben muy bien que no. Por
último, creo que ni siquiera les interesa Portocarrero. Sólo quieren mantener incólume
la imagen del comunista como un Hombre Nuevo, sin dudas, contradicciones,
inconsistencias como cualquier otro ser humano. El Hombre Nuevo comunista es un
No-Hombre de nuevo tipo, capaz de darlo todo por la revolución. Cualquier
sospecha de que ese ser estuvo marcado por la falta, debe ser denunciada, aplastada,
aniquilada.
Hace mucho me llamó la atención los
diferentes efectos que producían en mí las formas discursivas de Antauro Humala
y Abimael Guzmán. Por ejemplo, en la entrevista del siglo, Guzmán me resultó
sumamente aburrido. No había nada él en juego. No había sujeto Guzmán hablando,
era la Inexorable Lógica de la Historia la que hablaba por él. En cambio, con
Antauro uno se podía entretener, pues apelaba a tocar algo del deseo de los
otros, dispuesto a debatir, airada y furiosamente, pero debatir. Claro, hasta
que llegó el Andahuaylazo y se plantó. Incluso la relación con el mundo de la
vida en ambos personajes parece sugestiva. Antauro, un bon vivant, un amante
aventurero, casi un macho cabrío. Guzmán, un reprimido abogado entregado a
dirigir una revolución desde un escritorio burocrático.
Bueno, hasta ahí las opiniones e
impresiones. Algunos seguirán insistiendo en el supuesto reduccionismo de Portocarrero.
Pero, incluso si esos cargos fueran verdaderos, ésta puede ser una oportunidad
para mejorar nuestra comprensión de uno
de los episodios más dramáticos de nuestra historia republicana. No es por
ponerme la camiseta, pero creo que la psicología (sobretodo la psicología
social, más que la clínica) no ha dicho todavía suficientes cosas al respecto.
Esos matices y brechas en los
discursos son precisamente las pequeñas batallas por la memoria de todos los
días. Y es precisamente a ese terreno de indecibilidad donde los actores
políticos llegan con sus instrumentos retóricos para sobreescribir y
simplificar las cosas en términos de “conmigo o contra mí”. Y ahí caen por
igual Crespo, Alditus M y los ceverristas.
Finalmente, mi esperanza secreta
y solitaria, es que ojalá muchos estimados amigos que se horrorizaron al ver el
video del mencionado affaire dejen de lado la autocomplacencia, el autobombo y
se animen a imaginar siquiera que hay muchas personas que no piensan como
ellos. Que cuando uno entra en tierras fragosas, hay que ser astuto como
serpiente, no manso como paloma y hay que tener las palabras en ristre.